Of Red Ants and Milligrams
For Taylor Dibble
I
Grain by grain
they carry it.
On their backs and between their feet,
they transport it
through dark, narrow tunnels and
into wide chambers.
They push, they pull,
drag and levitate
each dark milligram
of red brick and dry adobe wall.
Vestals of death, the red
ants behind my grandparents' house
listen to the song of wind and
carry out the work of time.
As each red brick crumbles
under the scorching sun,
as each adobe block
blows into the wind,
they drag it,
one more down
into the darkness.
II
The magnificent dovecote Grandfather,
as loving architect,
constructed,
and from which day by day
he fed my sister Sandra
one fresh dove
to put some meat on her
skinny preemie body,
has all gone
down
the mysterious entrance
to the ants' abode
III
The large adobe barn
where Cousin Alfonso
sitting on his three-legged stool
milked the cows,
the hay-smelling barn
where Grandfather housed
his favorite mare,
the barn where the animals
lived in bucolic harmony
shepherded by Penny,
Grandfather's fat Pekinese,
has disappeared,
grain by grain,
through the mysterious entrance.
IV
The chicken coop where
Abuela kept her hens,
where day by day
we cousins gathered fresh eggs
for hearty farmhand breakfasts
and birthday cakes for each
as his or her day came around,
has tumbled down,
another ruin lost,
gone down
into the darkness.
V
The granary where Grandfather
kept the sacks of
corn and beans
to sell to the locals,
give to daughters leaving home,
feed the grandkids and the workers
who ate in the kitchen
around the table of the lion's claws,
the granary where Grandfather kept
boxes of seeds,
melon, zuchini, vallero chile,
cucumber, watermelon,
to plant the next harvest,
on the back and between the feet
of the red ants
has entered, grain by grain,
into the darkness.
VI
The tool shed where Abuelo stored
rakes, hoes, and wrenches,
files, forks, and hammers,
scythes, shovels, and wheelbarrows,
nuts, bolts, and screws
of all types and sizes,
the tool shed where he built,
sharpened, and repaired
equipment that kept
the farm producing and
the family alive,
has gone
down
the dark entrance of
the ants' abode.
VII
The outhouse Abuelo built
in the farthest field,
of bare boards,
with peaked roof and latched door,
the outhouse of double seats where
mothers and daughters, aunts and cousins
talked and drooled over
old Sears catalogues,
the dreaded outhouse
we avoided at night,
for fear of spiders and the dark,
and, when unavoidable,
visited in pairs,
holding hands and a flashlight,
the humble outhouse that
heard so many whispers,
has disappeared into
the mysterious entrance.
VIII
But in the grand hall where the
Queen presides
there is still room
for the century-old brick house
where Abuela and Abuelo raised
their brew of eight
and various and assorted
nieces, nephews, and grandkids.
The scorching sun,
the frenetic dance of wind,
the years of neglect,
have crumbled each milligram
which red ants carry
on their backs and between their feet
down the narrow hallway
to the mysterious grand hall.
IX
There is still some left,
some semblance of a house
where cousins live
with windows broken,
roof dripping,
bricks crumbling.
They're not alone.
The ancient ghosts
Abuela and Abuelo inherited
from the house's first owners
have laid claim to their
squatters' rights.
There is still some left,
but not for long,
for the vestals of death,
the red ants
that hold court behind the house
listen to the howl of wind
and carry out the work of time.
X
And when the last milligram goes
down,
will the ancient ghosts
descend
with the red ants,
or stay and roam
the sun-scorched, wind-whipped
ancestral earth?
Or will the red ants
drag the sun and the wind
down
into the darkness?
Photographer: Unknown
Pen and pencil drawing by Sandy Casillas
De las hormigas rojas y los miligramos
Para Torin Kuehnle
I
Grano a grano
se la llevan.
Sobre la espalda y entre los pies
la transportan
por estrechos y oscuros pasadizos
a sus amplias cámaras.
Jalan, empujan,
arrastran y levitan
cada miligramo oscuro
de ladrillo rojo y de adobe seco.
Las sacerdotisas de la muerte,
las hormigas rojas que viven
detrás de la casa de los abuelos,
oyen la canción del viento
y hacen la labor del tiempo.
Al desmoronarse cada ladrillo rojo
bajo el ardiente sol,
al esparcirse cada adobe
en el viento,
lo arrastran,
uno más para la oscuridad.
II
El magnífico palomar que el abuelo,
como amoroso arquitecto,
construyó,
y del que día a día
preparó
para mi hermana Sandra
un pichón fresco
para alimentar
su flaco cuerpo de sietemesina,
ha descendido todo
por la misteriosa entrada
de la morada de las hormigas.
III
El gran tejabán de adobe
donde el primo Alfonso
sentado en su banco de tres patas
ordeñaba las vacas,
el tejabán oloroso a alfalfa
donde el abuelo hospedaba
su yegua preferida,
el tejabán donde los animales
vivían en bucólica armonía
pastoreados por Penny,
el gordo pequinés del abuelo,
ha desaparecido,
grano a grano,
por la misteriosa entrada.
IV
El gallinero donde la abuela
guardaba sus gallinas,
donde día a día
recogíamos huevos frescos
para los almuerzos de los trabajadores
y para los pasteles
con los que celebrábamos
el cumpleaños de cada primo,
se ha derrumbado,
una ruina más
que ha bajado a la oscuridad.
V
El granero donde el abuelo
guardaba los sacos
de frijol y de maíz
para vender a los lugareños,
regalar a las hijas que se iban,
alimentar a los nietos y trabajadores
que comían en la cocina
alrededor de la mesa de patas de león,
el granero donde el abuelo guardaba
las cajas de semilla
de melón, calabacita, pepino,
sandía, chile vallero,
para sembrar la siguiente cosecha,
sobre la espalda y entre los pies
de las hormigas rojas
ha entrado, grano a grano,
a la oscuridad.
VI
El taller donde el abuelo guardaba
rastrillos, azadones y alicates,
limas, horquillas y martillos,
palas, guadañas, carretillas,
clavos, tuercas y tornillos
de todos los estilos y tamaños,
el taller de las herramientas
donde el abuelo construía,
afilaba y remendaba
la maquinaria que mantenía
la vida de la granja
y a la familia viva,
ha descendido
a la oscuridad del hormiguero.
VII
El excusado que construyó el abuelo
en el campo más lejano,
de tablas sin pintar,
con techo de dos aguas y puerta con aldaba,
el excusado de doble asiento donde
madres e hijas y tías y primas
platicaban y soñaban con las ofertas
del catálogo de Sears,
el temido excusado que
evitábamos de noche,
por miedo a las arañas y la oscuridad,
y cuando era inevitable,
lo visitábamos en parejas,
tomadas de la mano y con linterna,
el humilde excusado
que tantos susurros escuchó
ha desaparecido
por la misteriosa entrada.
VIII
Pero en el gran salón
donde preside la Reina Madre
todavía queda espacio
para la centenaria casa de ladrillo
donde los abuelos criaron
a sus ocho hijos
y a numerosos nietos y sobrinos.
El sol ardiente,
la danza frenética del viento,
los años de desidia,
han desmoronado cada miligramo
que las hormigas rojas acarrean
sobre la espalda y entre los pies
por el estrecho pasadizo
a la misteriosa cámara.
IX
Aún queda algo,
algo que parece casa
donde los primos viven
con ventanas rotas,
techo que gotea,
ladrillos que se desmoronan.
No están solos.
Los antiguos fantasmas
que heredaron los abuelos
de los primeros moradores de la casa
han reclamado sus derechos
de colonos.
Todavía queda algo
pero ya no por mucho tiempo,
pues las sacerdotisas de la muerte,
las hormigas rojas
que reinan en el patio de la casa
escuchan el rugido del viento
y hacen la labor del tiempo.
X
Y cuando el último miligramo
desaparezca,
¿bajarán los antiguos fantasmas
con las hormigas rojas,
o se quedarán a vagar
por la milenaria tierra ancestral
calcinada por el sol,
azotada por el viento?
¿O jalarán las hormigas rojas
al sol y al viento
por la misteriosa entrada?
Family