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Bisabuela

Para Kaden Dawson

 

Bebé, bebé,

dice con emoción 

mi nieto de veinte meses

al tocar la foto de mi madre, quien,

vestida en su ropón de bautizo,

se recuesta, plácida,

en el regazo de su madre.

 

La foto sepia de 1912 muestra 

a mi abuela Loreto sentada 

en una silla de mimbre de respaldo alto

ataviada con un oscuro vestido 

de cuello alto y mangas largas, 

sobre su cabeza un sombrero de tiesa ala ancha

que cubre el respaldo de la silla

y oculta su espesa trenza negro azabache.

 

De postura marcial y con la adusta expresión, 

que años más tarde 

se grabaría en mi memoria, 

visible ya en su joven rostro, 

no luce ni una ligera sonrisa 

ni otro adorno que el broche de perlas 

en el centro del moño del elegante sombrero.

 

Sostiene a mi madre Lilia 

con su mano izquierda oculta 

bajo el ropón bautismal 

mientras que con la derecha 

presiona el vientre de Beatriz.

 

Las mellizas tienen apenas unas semanas 

y mi nieto reconoce que mi madre,

que murió en febrero

una semana después de que él cumpliera un año,

es en verdad una bebé

más joven que él.

 

Semana tras semana 

señala a mi madre 

y exclama con renovado entusiasmo

bebé, bebé.

 

La bebé que él quiere que veamos 

es siempre Lilia.

Desde que la descubrió

no ha señalado jamás a su melliza

como si la Beatriz que yo veo en la foto

fuera invisible para él.

Tucson, diciembre del 2000

Bisabuela

For Kaden Dawson

 

Baby, baby,

exclaims my twenty-month old grandson

as he touches the photo of my mother 

who, in her christening gown,

lies placidly 

in her mother’s arm.

The 1912 sepia photo shows 

my grandmother Loreto

sitting in a high back wicker chair

dressed in a high neck, long sleeve,

dark dress,

on her head a wide-brimmed hat

that covers the back of the chair 

and hides her thick, jet black braid.

 

With the martial posture and stern expression 

that would years later

be etched on my memory,

she shows, not a trace of a smile, 

nor any adornment, 

save the pearl brooch 

in the center of the large bow of the elegant hat.

 

With her left hand covered 

by the christening gown,

she holds my mother Lilia,

while with her right one, 

she holds Beatriz.

 

The twins are but a few weeks old,

and my grandson recognizes

that my mother, who died in February,

a week after his first birthday,

is indeed a baby, younger than he is.

 

Week after week, 

his tiny finger touches my mother

as his soft voice exclaims,

baby, baby.

The baby he wants us to see 

is always Lilia.

From the moment he discovered her,

he has never pointed at her twin,

as if the Beatriz I see in the photo

were invisible to him.

Tucson, December 2000

Family

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