Dolores
I see your signature and start crying,
had not seen it in fifty years,
recognize it
as if I had seen it yesterday.
As a child I saw you sign as widow of Soto
and thought of you as a grandmother dressed in black,
but here it says Dolores McNerny,
same handwriting,
unmistakable,
doesn’t say widow.
It is your marriage license,
and I see you dressed in illusion,
in love,
your whole life ahead of you.
Now I know you married at twenty, as I did,
that your mother had already died,
that Abuelo, a year older,
was from Jiménez,
not from Villa de Santa Rosalía de Camargo,
as I believed,
that your wedding took place in your father’s house.
The city’s chronicler tells me it used to be a hotel,
that the building,
with its large carved wooden gate,
is still intact.
I take photographs from different angles,
from the corner, from across the street,
of the pink rain-stained wall,
of the area above the door, its outer layers peeling,
revealing older times,
of the windows wrought-iron fenced to the sidewalk,
of the name of the street, Lerdo de Tejada 702,
previously Number 3 Calle Irigoyen.
I photograph the cross formed by the names of the streets,
Lerdo de Tejada and Benito Juárez,
of the sign that says 30 kilometers per hour.
A young man approaches on Benito Juárez,
a grey-haired woman passes in front of the gate,
clouds gather, darken the afternoon,
an old car goes by
at 30 kilometers per hour.
No one comes out of the gate,
no one peeks through the lace curtains.
Time maintains its integrity,
doesn’t allow a fissure
to let the echo of your voice escape.
Would I recognize it?
Leafing through other archives,
old documents in different handwritings and ink colors
reveal episodes
my family of silences kept quiet.
Still others went up in smoke
during the Cristero Wars,
or, turning to dust, fall from my fingers
as the yellowed pages disintegrate
when light reaches them.
Your first-born dies at birth,
before my father’s first birthday,
Villa murders your husband,
you inaugurate your mourning
in a black maternity tunic,
your daughter dies at birth.
Your father dead,
you give your younger sister in marriage.
You are twenty-three,
dress in black the rest of your life.
Dolores, why did you choose that name
when they baptized you Genoveva?
Was it your name or the Revolution?
Why didn’t anybody tell me?
Why did they let me learn about
our glorious Revolution
from novels and text books?
Photo: Lilvia Soto
Dolores
Veo tu firma y suelto el llanto.
Hace cincuenta años que no la veía.
La reconozco
como si la hubiera visto ayer.
De niña te vi firmar como viuda de Soto,
pensé en ti como una abuela vestida de negro,
pero aquí dice Dolores McNerny,
la letra es la misma,
inconfundible,
no dice viuda.
Es tu acta de matrimonio
y te veo vestida de ilusión,
enamorada,
toda tu vida por delante.
Ahora sé que te casaste a los veinte, como yo,
que tu madre ya había muerto,
que mi abuelo, un año mayor que tú,
era de Jiménez,
no de la Villa de Santa Rosalía de Camargo,
como yo creía,
que la boda fue en casa de tu padre.
El cronista de la ciudad me dice que era hotel,
que el edificio,
con su gran portón de madera labrada,
se conserva intacto.
Tomo fotos de diferentes ángulos,
de frente, desde la esquina,
del muro rosa dibujado de lluvia,
de la descarapeladura arriba del portón
que revela otras capas, otros tiempos,
de las ventanas enrejadas hasta la banqueta,
del nombre de la calle, Lerdo de Tejada 702,
antiguamente número 3 de la Calle Irigoyen.
Tomo fotos de la cruz que forman los nombres de las calles,
Benito Juárez y Lerdo de Tejada,
de la señal que dice 30 kilómetros por hora.
Un hombre joven se acerca por la Benito Juárez,
una mujer canosa pasa frente al portón,
se forman nubes, oscurece la tarde,
un coche viejo cruza la intersección,
a 30 kilómetros por hora.
No sale nadie por el portón,
no se asoma nadie por las ventanas,
el tiempo mantiene su integridad,
sin fisuras,
sin que el eco de tu voz salga a mi encuentro.
¿La reconocería?
Al hojear otros archivos,
letras antiguas de diversas manos y colores
revelan episodios
que mi familia de silencios calló.
Otros, hechos humo, se elevaron al cielo
durante la Revolución Cristera,
o, hechos polvo, caen de mis dedos
al desintegrarse las amarillentas hojas
cuando les pega la luz.
Tu primer hijo muere al nacer,
mi padre tiene once meses
cuando Villa mata a tu esposo,
estrenas tu luto
con túnicas negras de maternidad,
tu hija muere al nacer.
Muerto tu padre,
entregas a tu hermana menor en matrimonio.
Tienes veintitrés,
vestirás de negro el resto de tu vida.
Dolores, ¿por qué escogiste ese nombre
cuando te habían bautizado Genoveva?
¿Fué tu nombre o fué la Revolución?
¿Por qué no me lo contó nadie?
¿Por qué me dejaron aprender acerca de
la gloriosa Revolución
en novelas y libros de texto?
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